1 mar 2014

Hoy me levanté no tan temprano y decidí que nada tenía sentido. Decidí que estaba harto. Harto de todo lo que pasa en esta fría e inhumana ciudad de estiércol, agonía, miseria, humo y sudor.

De escuchar esos desaliñados perros que ladran con estridente voz humana.

De leer instrucciones que no proporcionan conocimiento real. Que no aportan solucion a tantos problemas operativos.

De saborear y tragar medicinas que envenan, sin ninguna supervisión.

De transitar calles promiscuamente decentes.

De ignorar de memoria a los turistas permanentes que viven como refugiados en los inmundos callejones.

De compartir mi sangre con extraños desalmados que me visitan cada vez que necesitan olvidar mi rostro.

De la comunicación barata y desechable con la que nos estafamos creyendo que interactuamos, cuando en realidad los únicos que interactúan son nuestros bolsillos con el déspota que feudalizó nuestras palabras.

De esta desteñida y obscena ciudad que ostenta una dignidad que no es suya.

De este día que me hizo ver la verdad por medio de espejismos líquidos.