Audaz. Prepotente. Insignificante.
Y ardió...
Delante del Sol y la Luna, consumido fue por su ímpetu.
Se desvaneció ante el brillo de sus ojos.
Fulminado por su infinita pureza.
Escoltado hacia el olvido por el viento discreto
que acaricia el mar.
Otro náufrago sin rumbo que sucumbe ante su propia ambición sin ancla.
No es la primera vez mi querido Dragón, que las armaduras oxidadas
fenecen como burbujas a la sombra de tu majestuosidad.
Nadie puede atreverse a llamarte monstruo; no es tu culpa
que los hombres sean insectos rastreros. Incapaces de salir de las sombras.
Deja las polillas arder a tus pies.
Como un millón de Ícaros.
Banales. Ilusos. Estorbos.
Tu lugar está entre las lumbreras.
TU llanto no ha sido ignorado por la Luna
que te observa con piadosa envidia.
Vuelve al cálido abrazo del Sol y deja a todos los mortales atrás, entre los escombros de este mundo de garbatos.