1 may 2014

Siempre me han gustado los dragones.

Siempre me fascinaron.

Por razones que no puedo enumerar sin pecar de omisión.

Toda mi vida he admirado su ardiente sencibilidad.

Contemplé a punto de veneración su majestuosa presencia.

Mil y una veces anhelé poder despertar si quiera una de las tantas pasiones que estallan con la pequeña chispa que supone nombrarles.

A pesar de la infatuación que profesaba no fui capaz de corresponder al momento cuando tuve la ocasión de conocer uno.

La tragedia radica en el castigo de mi estupor.

Insulso.

Gangrena monótona.

Sistemática agonía paulatina socava mi alma.

La brasa que noche tras noche lascera mis nervios.

El recuerdo de su esplendor me quema y desquicia.

Solo puedo desear permanecer vivo hasta contemplarle volar nuevamente.

Por última vez.

Antes de arder y ser acogido por los descuidados vientos.