30 ene 2014

No quiero que me muestres algo que otros hayan visto antes, tampoco quiero saber de tus riquezas. No me interesa recorrer tu impecable galería de espejismos espléndidamente dispuesta, sabes que eso no me impresionará. Jamás. Quiero disfrutar esos garabatos que escondes bajo el retablo del cobertizo que construiste en un rincón olvidado de tu alma. Quiero que me dejes ciego luego de ver lo que se esconde tras el eclipse de tu mirada. Ensordecer con el suave murmullo de tu voz. Quiero ser el juglar peregrino que te visita para traer alegría a las calles grises de tu ciudadela fría y concurrida.
En el pasado era difícil admitirlo, y aunque ahora es un poco tarde, confieso que he obtenido la libertad suficiente para decir que eres un ser que me causa curiosidad. Curiosidad que limita. Curiosidad estúpida, como la de un párbulo ingenuo. He perdido la cuenta de cuantas veces te he conocido, a pesar de que nunca necesitaste conocerme en realidad. La escuela cerró hace horas, ya no nos queda nada que podamos aprender. Ahora solo arrojamos avioncitos de papel sin rumbo ni destino.